Por ahí hay gente que oye voces
en su cabeza. Yo, por el momento, sólo escucho constantemente canciones dentro
de mi cerebro. Supongo que esta opción es mejor que la primera. Cuando no es
una es otra, pero siempre hay alguien cantando alrededor de mí. Incluso a veces
yo me lanzo y le acompaño. Y todo suena genial.
El
protagonista de hoy me acompaña desde hace años aunque nos dejó hace más. En
estas fechas entrañables en las que creemos que todo el mundo es como nosotros
no nos paramos a pensar, pero a pensar en serio, que mucha más gente en La
Tierra no vive como nosotros. No comen y beben con amigos, familia y conocidos
varias veces en unas pocas semanas, no mandan mensajes de dudosa felicitación a
gente que no saludarían al cruzarse con ella por la calle, no gastan cantidades
indecentes de dinero en copiosas comidas para luego tirar a la basura
cantidades indecentes de sobras, no despilfarran comprando regalos que los
adultos agradecen con educación y los niños ignoran con inocencia. Pues uno de
esos perfectamente podría ser el Chuli de Vallecas. No es necesario viajar muy
lejos para encontrar pobreza, depresión y marginalidad. Y él es uno de muchos
que podrían haber protagonizado una canción. Pero a este lo conocía Ramoncín.
Sí
Ramoncín. Ese cantante, compositor, escritor, presentador y tantas otras cosas
que tiene, ahora, tantos o más detractores que seguidores. Yo me incluyo entre
los segundos y digo “ahora” porque la gente de este país es muy poco leal y se
deja confundir muy fácilmente por informaciones sesgadas de un cierto tipo de
prensa. Ramoncín es una pieza fundamental en la historia del rock en España y
como tal debería ser tratado. Y no lo es. ¿Quién en plenos finales de los
setenta y principios de los ochenta iba a ser capaz de concebir, y mucho menos
interpretar, una canción como “Marica de
terciopelo”? Ha sido atacado, juzgado y condenado por los medios y la
sociedad civil mucho antes de que saliera el veredicto de inocencia en el caso
SGAE. Sí inocente, ¿no lo sabías? Lo que pasa es que la imputación abrió
telediarios y portadas de periódicos y la decisión del juez de no culpable
apenas ocupó unas líneas destintadas
en unos pocos medios. Eso no es noticia. Eso no es carnaza. Aún así, aunque
hubiera sido culpable de los delitos de los que se le acusaban, yo lo hubiera
seguido considerando culpable de escribir algunas de las mejores canciones de
la historia del rock en español. Y por aquí, eso, es lo único que nos interesa.
Chuli
era un yonki del barrio de Vallecas que no tenía otra cosa a la que dedicarse
que a robar coches amparado por la negrura de la noche y con la particularidad y
la torpeza de hacerlo en su mismo barrio. La vida no había sido fácil y quizá
era una forma de vengarse por lo que le había tocado vivir. Harto de los
destrozos que Chuli hacía en el barrio, una noche un tipo les preguntó a unos
chicos del barrio si habían visto a un tío con el pelo largo, que lo estaba
buscando porque le había robado el coche dos veces y que lo iba a matar. En eso
les enseñó incluso la pistola con la que pensaba hacerlo. Uno de esos chicos
era Ramoncín. Los siguientes seis meses el tipo se los pasó durmiendo en un
colchón en la terraza al acecho del ladrón de coches. Vigilando su Seat 1500
con cristales tintados y buen equipo de música que llamaba demasiado la
atención. Y el tonto del Chuli cayó. Al acercarse al coche, sin preguntar, le
pegó dos tiros desde la terraza. Con el primero echó a correr y el segundo lo
alcanzó junto a una farola que fue donde murió con veintipocos años (“Cayó junto
a una pared a 100 metros de su casa.../… el frío le mantuvo vivo hasta la
mañana / y en la mañana el Chuli murió”).
La
canción está incluida en el disco Barriobajero
del año 1979 y esta versión acelerada y en directo que vas a ver ahora es de un
concierto en Pamplona en el año 84. Disfruta ahora, como yo, de la canción de
hoy.
Murió en el barrio le dispararon
una sucia bala acabó con él
se llamaba Chuli nació en la calle
y la calle le vio morir.
Salió como cada noche a buscarse la vida
se ocultó entre las casas
disimuló su sombra
y sus enormes ojos se fijaron en un
coche
el último coche
el último coche.
Cayó junto a una pared a 100 metros de
su casa
la sangre se le escapaba hasta que se
heló
los ojos se le cerraban soñando con su
casa
el frío le mantuvo vivo hasta la mañana
y en la mañana
el Chuli murió
el Chuli murió
el Chuli murió.